sábado, 9 de enero de 2010

Inle Lake

Primero que todo, declarar que mi familia y yo nos encontramos en perfecto estado luego del terremoto que sacudió en forma violenta nuestro país, y que tando dolor y sufrimiento ha causado a los habitantes de Talca, Constitución, Concepción y otras ciudades. De una u otra manera he tratado de aportar mi pequeño grano de arena en la tarea de volver a poner en pie el país, así como lo hicieron nuestros padres y abuelos. Y ahora, a algo más positivo, a la última parte de mi viaje por Myanmar:

Si me lo hubiesen contado, no lo hubiese creído. Pero ahí estaban, desafiantes, las matas de tomates en perfectas hileras, entutoradas y con rojos frutos en sus racimos. Nada del otro mundo sino fuese porque estaban en la mitad de un lago de 4 metros de profundidad, hundiendo sus fibrosas raíces en islas artificiales hechas de algas. Y en vez de entrehileras hay pequeños canales donde los botes surcan plantando, entutorando, deshojando o cosechando los pequeños y rojísimos tomates que se venderán luego en los pueblos cercanos ubicados en las orillas del lago Inle.

Habíamos llegado al aeropuerto de Heho, el más cercano al lago donde un taxista nos esperaba, nuevamente Toe había cumplido y solo puedo pensar en si volveré a conocer a alguien tan honesto y responsable como él. Un trayecto de más de una hora atravesando cerros y pequeños pueblos de un verde radiante nos transportaba a un mundo al parecer aún más atrapado en el tiempo que lo vivido en Yangón o Bagán. El ya clásico "impuesto", ahora de US$3, y nuestra van hace ingreso al pueblo de Nyaung Shwe, el más grande ubicado en las cercanías del lago Inle, el cual está ubicado en el estado de Shan, el mismo donde se libran permanentes combates contra insurgentes y se ejecutan violaciones sistemáticas contra los derechos humanos de las minorías étnicas. Sabíamos por la débil señal de la BBC News que pudimos ver en Bagán que en las zonas montañosa se estaban librando cruentos combates y que un éxodo de civiles hacia China empeoraba la situación. Pero ahí estábamos, a cientos de kilómetros de los combates, y los gentiles empleados del Nan Da Wunn Hotel nos recibían con una gran sonrisa. Como no, si erámos los únicos pasajeros del hotel. Dejamos nuestros bolsos y partimos de inmediato a recorrer el lago, viaje ofrecido por nuestro taxista. Todo el día en bote recorriendo sus pueblos por solo US$15 los cuatro. Perfectirijillo dijimos al unísono, y nos embarcamos en una larga canoa a motor por las oscuras aguas del lago.

En el horizonte empiezan a recortarse unas espigadas figuras que parecen caminar sobre las aguas. Son pescadoras de la etnia Intha los cuales tienen una muy peculiar forma de remar: se colocan en una de las puntas del bote, empujando el remo con uno de sus pies. Pareciera que estuviesen danzando flotando levemente sobre las aguas del lago, una danza extraña y practicada por centenares de años. Para mi sorpresa, la gente se muestras más huraña y no responden a los saludos y menos sonríen frente a una cámara, vaya a saber uno porqué. Pronto el lago se llena de plantaciones de tomates y aparecen casas, grandes casas de madera apoyadas sobre pilotes. Y las calles de estos pueblos son las aguas del lago, y la gente se mueve en sus canoas a visitar a sus vecinos, a comprar o para ir los niños a clases, porque también hay escuelas y templos entremedio de las aguas.



El curioso método para remar de los pescadores Intha. Los cultivos de tomates flotantes y los pueblos del lago.

Y las casas esconden secretos. Nuestro guía-chofer de canoa para en algunas de ellas: en una de ellas un grupo de mujeres hace papel en forma artesanal y fabrican delicados paraguas de papel, en otro la gente trabaja la seda hilando hermosas telas mientras observo una de las cosas más insólitas que he visto en mi vida: una sencilla mujer extrae fibra vegetal de los tallos de la planta del loto y los transforma en hilos, los cuales luego se transforman en hermosos tejidos, un trabajo increíble único en el mundo ( o sea, te encargo la paciencia, se demoraba horas en hacer un par de metrosde hilo). En otras casas la gente trabaja la platería o el metal, escuchando el eco de sus martillos y fundiciones entremedio de los canales. En otro pueblo de lago, un grupo de jóvenes fabrican cigarrillos artesanales mezclando diversos tipos de tabaco envolviéndolos en unas gruesas hojas verdes. Un grupo muy , pero muy joven , hay que decirlo, algo que me huele a un poco de "trabajo infantil". Un rico almuerzo acompañado de lluvia y nos vamos a un templo cuya atractivo son tres pequeñas figuras de Buda que, a través de siglos, han sido recubiertos con papel de oro hasta el punto de que ahora solo son unas bolas doradas de varios kilates sin ninguna forma de Buda. Entre los recuerdos dejados por los visitantes distingo algo demasiado familiar: una moneda de $100 pesos chilenos. Damn !! no soy el primer chileno en andar por acá, ¿quiénes habrán sido ellos? Dejo el misterio de lado, la lluvia nos persigue y visitamos el último monasterio, famoso por poseer unas enormer tablas hechas de un solo trozo de árbol y unos gatos saltarines.


Diversas actividades se esconden detrás de las paredes de las casas. Además de los tomates, los habitantes del lago desarrollan diversas artesanías.

Ya en el pueblo decidimos darnos un gustito. Mi escasez de dólares la había superado luego que encontré a alguien que me compró mis baths tailandeses a un tipo de cambio que, obviamente, no me favoreció. Entramos al Golden Kite donde la especialidad eran las pizzas. Raro, uno puede pensar, pero más raro es que el dueño te reciba en la puerta con una enorme sonrisa y te invite a conocer la cocina y sus hornos, te dé de probar sus salsas y oler sus especias. Y aún más raro es que el dueño sea un birmano que hable inglés con acento italiano. (WTF!!) Cenamos pizza y pasta, tomamos mojitos y conversamos con algunos españoles y un francés quien luego sería compañero de ruta en nuestro viaje de regreso a Yangón.


Primera foto: la asombrosa mujer que hila la planta del loto. Abajo: las apacibles aguas del lago esconden mucha actividad.

Al día siguiente decidimos tomarnos un descanso y caminar por el pueblo para ver su actividad y comprar uno que otro souvenir. Jose decidió comprar al fin una pelota de chinlone. El chinlone es el deporte nacional de Myanmar, el cual se practica con una pequeña pelota de fibra vegetal y consiste en......no, no creo que mis palabras puedan describir con facilidad el juego, básicamente consiste en mantener la pelota en movimiento sin que se caiga al suelo pero los birmanos han hecho de eso un arte. Mejor vean los videos disponibles en youtube o visiten www.chinlone.com y vean un deporte hermoso, repleto de destreza coreográfica que requiere de un poder de concentración increíble. Bueno, Jose se compró su pelota de chinlone y yo entro a la tienda a curiosar. Paraguas y abanicos de papel, shan paper, bambúes, té orgánico y otras artesanías repletaban el local, de nombre Trinity Family Shop, atendido por sus propios dueños los cuales nos invitan a tomar gentilmente una caliente taza de té verde orgánico, cultivado por el padre de la dueña en las montañas vecinas. Lo que ella hace, como nos explica amanblemente, es poner su tienda para que artesanos de la zona de Pindaya puedan vender sus productos, sin comisión de por medio.....¿sabrá ella que lo que está haciendo se llama fair trade? No lo sé. Me pasa una tarjeta donde aparece su nombre: Phyu Thin Kyaw ¿o será el nombre de su marido? Nos sacamos fotos, nos reimos y salimos felices de conocer a gente tan sencilla, amable y cariñosa con unos perfectos extraños como nosotros, y no dejo de sorprenderme con este pueblo tan acogedor.



El mercado del pueblo y Phyu con su extraordinario té verde orgánico.

Una visita a un colorido mercado donde un grupo étnico cuyo nombre olvidé venden sus productos, grupo cuya característica principal es que las mujeres visten de completo negro, excepto los paños que llevan en su cabeza. Luego, es hora de partir, de volver al pequeño y maloliente aeropuerto de Heho, volver a Yangón por una noche y despedirme del país.

¿Valió la pena ir a Myanmar? Sí, lo fue, simplemente fue lo más espectacular del viaje, la guinda de la torta, un lugar demasiado hermoso y mágico poblado por personas encantadoras y alegres que viven bajo una sangrienta dictadura que los mantiene en la pobreza más abyecta y aislados del resto del mundo. ¿Fué ético? No dejaba de preguntarme eso mientras nuestro vuelo se acercaba a Bangkok, de una u otra manera algo de mi escaso dinero terminó en manos de los corruptos militares, pero por otra parte fui una pequeña ventana para ellos de lo que hay en el resto del mundo, fui a asombrarme de un país maravilloso aún casi desconocido para buena parte del mundo,y ahora ya de regreso a Chile, darles a conocer a todo el que quiera escucharme que a pesar de todo lo malo que uno pueda escuchar, Myanmar y su gente son especiales y únicos, un lugar donde viví momentos felices y de perpetuo asombro, y que solo deseo que algún día las personas de tan increíble país puedan vivir libres y en paz.

Y estaré atento a eso, porque estos recuerdos vivirán largo tiempo en mí.