Madrid me dejó un sabor agradable. Un sabor a comida deliciosa, a cerveza, y por sobre todo, el sabor de los buenos amigos. Nada mejor que estar acompañado en los cortos tres días que estuve en la capital española por mis buenos amigos Francisco e Ivette, chilenos residentes desde hace algunos años por esos lares y amigos desde más años de los que queremos recordar. Y ahí la hospitalidad se manifestó de inmediato, obligándome a alojar con ellos y sirviendo de inmediato sendas botellas de cerveza, más quesos y jamones. Quesos y jamones que seguí viendo todos los días, más gambas, olivas, callos y lo que se me cruzara. Después de varios meses volvía a estar en un lugar donde todo el mundo hablaba español y mi cerebro aún no se acostumbraba: paso a llevar ligeramente a alguien con mi codo y se me sale un "sorry" automático. Claro, acá, igual que en mi país, nadie se anda disculpando por haberse toqueteado casualmente. ¿ Es que se me contagió lo polite en Australia? Bueno, también noto que en las calles de Madrid la gente habla fuerte, y algunos improperios se repiten constantemente en el habla de las personas, especialmente mayores. ¿Por qué será? Bueno, en mi angosta franja de tierra la gente también es un tanto ruda, aunque se acostumbra decir "por favor" de vez en cuando.
Es así como pasé un par de días caminando y caminando, mientras paraba cada cierto rato a refrescarme con una cerveza, cosa que me provocaba hambre, por lo que comía alguna cosa, y luego me daban ganas de ir al baño, por lo que tenía que entrar algún bar y pagar la cerveza correspondiente, y así sucesivamente. Si hay algo de lo cual debo felicitar a los españoles es lo exquisita de su comida y de su saludable sentido de disfrutar la vida, comiendo y tomando rico. Eso y su variedad en encurtidos, charcutería y otros, me hace pensar de que si viviese en Madrid pesaría bastante más kilos de los que mi figura hoy muestra.
Mi visita y paseos incluyó lo que yo creo son los lugares clásicos que un turista visita: Gran Vía y Calle de Alcalá, Plaza de Cibeles, Palacio Real y Catedral de Almudena, Plaza Mayor, parque del Retiro y feria El Rastro. Lo que lo hizo diferente, claro está, fue la compañía, lo cual me llevó por las calles y callejones, recordando añejísimas anécdotas de adolescencia mientras veía a la gente disfrutar del aire libre y de los bares y cafés de la ciudad. Diantres, si tuviese dinero viviría acá y me pasaría la vida entera disfrutando, me digo. Claro, no tengo el dinero, pero que grato eso de que los mejores bares sean los que más sucio estén y que la gente fume dentro, a veces pienso que tanta reglas y limpieza mata un poco la espontaneidad de las gentes y costumbres. Aunque claro, también son importantes la salud y respeto por el espacio de los demás, cosa tan pero tan importante en Australia. Imagínense la cara que puse cuando mi amigo prende con toda confianza su cigarro en una barra, mientras nos sirven unas gambas, ¡esa era una imagen completamente imposible en Oz ! Bueno, creo que esto hará que mi regreso a Chile no sea tan traumático, pienso en ese momento. Y capaz que haya sido un apronte, o algo así, no lo sé.
Y esos días pasaron rápido, muy rápido. Demasiado, me digo. Con algunos gramos de más en mi cuerpo (luego de mi paso por Tokio y Londres mi cuerpo al parecer se había adelgazado aún más). Pienso lo rápido que pasó el tiempo durante ese tiempo. Y ahora, meses después, mientras me pongo frente al fuego de la chimenea y veo algunos cerros nevados en la Cordillera de la Costa, me llego hasta a poner triste. Claro, pasé un año 2009 repleto de sensaciones, aventuras y descubrimientos casi diarios. De pasar a ver casi todos los días a las mismas personas en Chile a conocer todos los días personas completamente diferentes en Australia, de salir de un mundo seguro a un mundo lleno de incertidumbre, pero a la vez repleta de ganancias. Y ahora, escribiendo y releyendo algunas de las entradas de este humilde blog, me recuerdo de las personas que conocí, de Nicole, Ayleen, Mek o Miu, de Liem, Michael, Stephanie o Darren, de Natalyia, Cindy o Monobe, de Sunil, Amit o Jay, y de otros muchos con los cuales disfruté grandes o pequeños momentos. Y claro está, de las personas con las que me crucé en los diferentes viajes ¿Volveré a viajar tanto alguna vez en mi vida? Pareciese que fue hace siglos que salí de Chile y recalé en Auckland, que pasé el año nuevo en Sydney o que disfruté de la vida en Brisbane. Y recuerdo el crisol de caras, colores, lenguas y gestos que pasaron frente a mis ojos en los 15 países que conocí, y pienso que, en el fondo, todos los seres humanos somos más parecidos de lo que queremos creer.
FIN.