Bali huele a jengibre e incienso. Un zumbido permanente recorre las calles de la isla proveniente de miles de motos que cruzan a toda velocidad y en todas las direcciones como si fuesen parte de un sistema nervioso. A veces parece que la isla respira, digiere y excreta. Como un ser vivo nunca está en completo reposo y por todos lados se realiza algún tipo de actividad, se emite algún tipo de olor o se generan colores y formas impensadas para nosotros, cosas insólitas que acaparan miradas o provocan asombro.
En Bali todos compran y todos venden, todo está a la venta y tiene su precio. Las calles están repletas de tiendas y talleres de artesanías infinitas en su variedad: Budas de piedra enormes, muebles, pinturas, collares y anillos, figuras en madera, imitaciones de todo tipo. Fábricas de altares, dioses creados por cientos, los siempre necesarios espíritus protectores. Ganesha por todos lados, con su barriga prominente y su cabeza de elefante dando la bendición o esperando ser adquirido por algún balinés compasivo o algún turista consumista.
Kuta Beach
El 95% de la población de Bali es balinés étnico y profesa la religión hindú en una versión propia llamada “hinduismo balinés” en la cual se mezclan el culto a los antepasados, mitos y leyendas propios y el culto a los santos budistas. El resto de la isla son balineses musulmanes y una pequeña minoría católica. Esto hace que la isla sea única en una Indonesia mayoritariamente musulmana, con una cultura especial e irrepetible.
Afuera de cada casa y comercio hay pequeñas ofrendas compuestas por una bandeja de hojas de plátano con flores, algo de comida o cigarros. Están por todas partes y se hace difícil el caminar entremedio de las estrechas veredas sin pisarlas. Cada 10 metros hay un pequeño altar y cada 50, uno mayor. Cada pueblo tiene a lo menos tres templos grandes y por cada familia hay un templo menor. En total 20 mil templos adornan la isla y a veces distinguir si la construcción que está enfrente de uno es un templo con casas o una casa con templo; probablemente no exista distinción entre uno y otro y todo sea parte de lo mismo, de que todo es sagrado y mundano al mismo tiempo.
Templo en Ubud, uno de los 20 mil templos existentes en la isla.
Y a solo pasos de los templos están las blancas playas con un exquisito mar a sus pies y un límpido cielo que permite disfrutar de maravillosos paisajes. Turistas de todo el mundo se relajan y broncean, toman masajes y compran despreocupados. Bali es espiritual pero también es hedonista y las muchachas ofreciendo sus masajes se multiplican por cientos en las calles. Casi todos los turistas son australianos y vienen en búsqueda de sol, mar y deporte. Las olas se repletan de tablas y los balineses se sienten orgullosos de sus ídolos locales. El sueño de muchos niños no es ser futbolista sino surfista profesional, tener un sponsor y vivir en Australia. Otros se dedican a bucear, o a hacer algunos de los múltiples deportes náuticos que se pueden realizar. Los restoranes ofrecen su comida marina a precios ridículamente bajos incluso para un estudiante que sobrevive con una beca como yo. Y el día se acaba y alguno de los atardeceres más hermosos del mundo se despliegan ante mis ojos en una sinfonía de luces y colores que sobrecoge. Y cae la noche y las luces y los zumbidos se mantienen y el calor y la humedad son peores que en el día.
Bailarina Legong ensayando su arte.
La gente sonríe. Casi no se ven mendigos, todos tienen algo que vender u ofrecer. Transporte, taxis, motos, comida, tablas, masajes, marihuana u hongos (a pesar de que el tráfico está prohibido so pena de muerte). El turismo ha inyectado recursos y pobreza extrema no se observa, por lo menos a simple vista, ni en la turística Kuta Beach ni en los pueblos más pequeños del interior. La gente parece feliz viviendo de alguna de las dos principales fuentes económicas de la isla: turismo y artesanía. Bali es un centro mundial de comercio de artesanías y telas, se compra y se vende para todo el mundo, comerciantes de todo el orbe vienen a trabajar y negociar.
A pesar de las miles de motos que sin ninguna lógica repletan las calles, de la prácticamente inexistencia de señales de tráfico, de los poquísimos semáforos no respetados por nadie, ningún accidente vi, nadie tocaba su bocina ni nadie alzaba su voz. Era un fluir constante que parecía nunca detenerse, que llenaba todos los espacios con sus zumbidos y formas. No importaba si ibas solo, con o sin casco, cargado de paquetes o con un bebé en los brazos, siempre las motos aceleraban y frenaban o giraban o simplemente se metían en la vereda contra el tránsito. A nadie le extrañaba ni le importaba, la vida seguía su curso. Era como si todos supiesen que el otro maneja mal y por lo tanto cualquier movimiento imprevisto no lo fuera, estaba todo dentro de una lógica insólita, de un caos ordenado y contenido.
Piedra. Todo es de piedra. Las casas, los templos, los dioses protectores que cuidan la entrada del hotel. En las rotondas en vez de algún general a caballo una figura enorme surge de entre las aguas para sostener a un dorado dios de 4 brazos. Es grotesco y fascinante al unísono, todo piedra en sus 15 o más metros. Cada centímetro de Bali está decorado, todo está tallado o tiene formas alegóricas. Hasta las tapas del alcantarillado están adornadas, o la silla de madera más sencilla tiene algún dragón, algún espíritu, alguna figura. Los templos son recargados y la cantidad de estatuas, relieves y tallados es infinita. Y en los talleres al costado de los estrechos caminos se ve a la gente creando altares y esculpiendo la piedra para darle la forme de algún ser divino, que luego será vestido y alimentado por sus dueños, tapado a ofrendas, incienso y plegarias. Porque la roca es a la vez carne y las estatuas están vivas, porque los dioses viven entre medio de los verdísimos arrozales, en las bailarinas legong, en los ríos que bajan desde los volcanes, en la sonrisa de una anciana o en la tienda de DVD piratas.